Frank Moreno, subirse a un Morgan por primera vez

Frank Moreno, subirse a un Morgan por primera vez

El mundo del motor no es que me haya interesado especialmente durante mi infancia o mi juventud. Me saque el carnet de conducir bien entrada la veintena, pues tenía una moto de 50 cc con la que me apañaba bastante bien en mis desplazamientos por Valencia.

Recuerdo haber sido el feliz propietario de un Opel Corsa de ocasión, por aquello de “romper mano” tras sacarme el carnet. Le llamábamos “platanito”, ya podéis imaginar de qué color era aquel utilitario noventero. A este le sustituyó un Corsa de nueva generación, una vez adquirida la competente experiencia sobre cuatro ruedas. Me duró varios años, noviazgo y matrimonio incluido. Mi compromiso con la OPEL dio paso a un Vectra, por aquello del super maletero que traía de serie y las cinco cómodas plazas, muy útiles para la familia que crecía año a año…

Ya os digo yo que lo del motor y los neumáticos no era un tema que me ilusionara especialmente, pero algo debió de pasarme con la crisis de los cuarenta pues di el salto a un BMW 320 Ci Coupé de 16 válvulas, también de ocasión, que consumía gasolina como un trasatlántico, pero con el que descubrí el placer de viajar sintiendo el motor reaccionar a los pedales con mucha alegría y ceñirse los neumáticos a las curvas como si fueran sobre raíles. Una gozada.

Del Morgan poco o nada sabía, quizás había visto el coche en alguna película, alguna revista o en algún informativo de fin de semana. Hasta 2019. En 2019 recibí la llamada de Pepa, una amiga en común nos había puesto en contacto. Un club de ámbito nacional de coches clásicos necesitaban alguien con experiencia en Redes Sociales y en gestión de contenidos para la web y querían hablar conmigo. Tras los primeros minutos de conversación, Pepa supo muy bien despertarme la curiosidad por la marca Morgan. Y yo, que soy un curioso compulsivo, me puse a investigar por mi cuenta. Nada mas caer en la web oficial de Morgan Motor y en su canal de YouTube me enamoré de ese coche. Si, lo reconozco, eso del bastidor de madera, del “hand made”, de la atención al detalle, de la personalización, la elegancia, el “savoir faire” que desprendían aquellas cuatro ruedas, me engancharon. Hasta hoy.

No voy a aburriros con la narración de estos últimos cuatro años, pandemia mediante, pero os aseguro que cada foto subida a redes, cada conversación con cada socio para preparar las entrevistas o cada reunión con Pepa o Eduardo, no hacían más que incrementar mi enamoramiento por el Morgan, desde la barrera, eso sí, pero enamoramiento al fin y al cabo y como todo amor platónico, contra más lejano, más intenso.

Iba a deciros que la salida del 25 de marzo de 2023 por la Marina Alta de Alicante ha sido mi primer encuentro con el Morgan, pero mentiría. Pepa y Toni tuvieron la amabilidad de invitarme a su casa, cuando la pandemia lo permitió y enseñarme de primera mano ese museo que Toni conserva como garaje y poder ver y tocar sus Morgan. Ahí ya me hicieron “tilín”. Pero quedaba la prueba de fuego, subirme a un Morgan.

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Escribo estas líneas 24 horas después de haber experimentado mi primera vez con un Morgan, bueno, con diecinueve, que al final el mundo Morgan no se disfruta en soledad, que también, pero adquiere una dimensión distinta cuando se circula en compañía. Espero contarlo sin excesiva vehemencia. Pongo en ello mis cinco sentidos.

Oír en un Morgan

Descapotado, sentado muy cerca del suelo, del escape… todo entra por los oídos, el runrun del motor se oye y se siente en un lugar indeterminado entre los pies y la espalda. El escape suena distinto, cada uno con su música, cada Morgan suena diferente, como su conductor le hace sonar, intuyo… Pero todos esos sonidos, el roce del neumático sobre el asfalto incluido, no impide oír mucho más. Es posible escuchar, al pasar bajo una pinada ¡el trinar de los pájaros! y el viento en las ramas, y el silencio del valle que se atraviesa o el escape de una Harley con la que te cruzas y las voces de niños y mayores saludando desde las aceras. Y la conversación con tu compañero de viaje. El Morgan te invita a escuchar mucho más.

Oler en un Morgan

Si todo se oye más en un Morgan, todo se huele más también. Y no huele a gasolina o a neumático, ni a ese olor de pino de mentira que cuelga de algún retrovisor cutre… para nada. Si en un Morgan huele a pino es porque ruedas a 60 kilómetros por hora por una pinada frondosa en un valle entre montañas. Bajando de nuestro Valle, ya de vuelta hacía Dénia, atravesamos un campo de naranjos que ¡vaya por dios! habían comenzado con la floración del azahar, así que mi nariz se llenó de ese aroma tan característico y que las marcas de perfume se empeñan en embotellar. Ahí lo teníamos, a toneladas empapando el Morgan. Por oler pudimos percibir hasta el REFLEX de los ciclistas, menuda plaga tuvimos que sortear. Otro olor más urbano que atiné a percibir desde mi descapotada atalaya, fue el de las cocinas de chalés y restaurantes de nuestra ruta, un aroma a leña y a sofrito para los arroces y paellas de mediodía. El Morgan abre el apetito.

IMG_9718Tocar un Morgan

Desde Malvern se han empeñado en que la experiencia de subirse a un Morgan sea algo incómoda, pero muy especial. En cuanto tocas una manilla, la piel del asiento, la portezuela, la tela de la capota, notas algo diferente, algo que no es casual, algo que alguien a miles de kilómetros se ha preocupado de poner ahí para que lo toques y sepas que es tu Morgan. Y el Morgan también invita al saludo, al compadreo en el mejor sentido de la palabra, invita a echar el brazo en el hombro del amigo, el estrechar la mano, soltar un abrazo, estampar dos besos y siempre lucir sonrisa. El Morgan también entra por la piel.

Ver en un Morgan

En un Morgan el coche desaparece y la vista se derrama hacia afuera. Con un  mínimo salpicadero y sin ventanas poco has de ver que no sea cielo, aire, paisaje y carretera. Casi nada. Ves las ciudades desde otra perspectiva y como dice la frese inspiradora de turno, “si tu cambias, todo cambia”. Y así es, todo cambia a tu alrededor, hasta los semáforos. Ves y te ven distinto, nunca había recibido tantas miradas de sana envidia por parte de otros conductores o peatones, miradas de admiración, de sorpresa o simplemente verte pasar y regalarte un saludo o una sonrisa. Además, no se pierde de vista al resto de Morgan, siempre presente el que vamos en caravana y siempre se está pendiente del compañero de asfalto por el rabillo del ojo. Tres cosas vi desde el Morgan que me hicieron sonreír; un parapentista cayendo graciosamente a nuestro lado, una joven que con su mirada silenciosa decía “me largo con vosotros” y amapolas, desde un Morgan se ven mejor las amapolas.

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Saborear un Morgan

Como decía unas líneas más arriba, el Morgan abre le apetito. Debe ser el madrugón, el estar al aire libre o el ligero incremento del consumo calórico, la cuestión es que el Morgan y la comida son un binomio perfecto. Entre que la comensalidad es una cualidad inherente al socio del Club Morgan y que hace mucho tiempo que descubrieron que el trayecto es el destino, no hay fonda, bar de pueblo o restaurante perdido en el mapa que no sirva de excusa para reposo y avituallamiento del cansado viajero, o viajera, que tienen que recuperar fuerzas tras sufrir el “duro viaje” en un Morgan.

Siguen a rajatabla otro manifiesto, el de “donde fueres, haz lo que vieres” y esa actitud en la gastronomía permite descubrir manjares de otras latitudes y sabores que siguen sorprendiendo al paladar más encorbatado.

El sexto sentido del Morgan

Permítanme añadir un sentido más para terminar, por fin, con mi disertación. El sexto sentido del Morgan es su gente. Lo que pasa alrededor del Morgan tiene que ver con las conexiones entre Morgan y Morgan, más con las relaciones personales, las sensibilidades o la camaradería que con la mecánica. Las conversaciones, las risas, las carcajadas, la confianza, las bromas, las confidencias… son el mejor motor para la vida. O si no que se lo digan a este grupo de apasionados del Morgan que se meten miles de kilómetros entre pecho y espalda para estar tres días, o unas horas, con los suyos, con sus amigos del Club Morgan.

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Gracias por permitirme ser un “morganista” más durante unas horas.